Líbano es un país pequeño. Apenas 10.000 kilómetros cuadrados, algo menos que la provincia de Valencia, donde viven menos de seis millones de personas. Pequeño y frágil. Por su diversidad religiosa, que incluye a entre 15 y 20 comunidades diferentes ―la mayoría musulmanas y cristianas―, pero, sobre todo, por su geografía. El reparto colonial de lo que fue el Imperio Otomano dejó Líbano en manos de Francia, la metrópoli que espoleó el germen de la división entre esas comunidades al favorecer a los cristianos. Su vecindad con Israel, creado en 1948, selló su destino cuando Líbano acogió a la dirección de la Organización de Liberación de Palestina (OLP) en 1970. Esa presencia no solo acabó por romper el endeble equilibrio del mosaico religioso libanés, sino que convirtió al país de forma definitiva en un objetivo militar de Israel. El ejército israelí ha ejecutado tres grandes invasiones en el país: en 1978, en 1982 y en 2006. Estas son las claves de un enfrentamiento que amenaza ahora con degenerar en una nueva ocupación israelí de Líbano, donde este lunes al menos 558 personas murieron en ataques de Israel.