A finales de la década de 1970, un equipo de arqueólogos se obsesionó con un conjunto de momias tan particulares que algunos pensaron que se trataba de una estafa. Se encontraban en la cuenca del Tarim, en el noreste de China. Allí descansaban desde hace siglos cientos de restos humanos momificados de forma natural gracias al clima árido y frío del desierto. A medida que las investigaciones avanzaron, los científicos se hicieron más preguntas respecto al origen y las costumbres de las llamadas “momias de Tarim”. Pero había una duda en particular que desveló al equipo de Qiaomei Fu, paleogenetista y directora del laboratorio de ADN antiguo del Instituto de Paleontología de Vertebrados y Paleoantropología de la Academia China de Ciencias. Algunas de las momias tenían una misteriosa sustancia blanca esparcida por el cuello, y nadie podía explicar qué era ni por qué estaba allí. Veinte años después, gracias al avance de las técnicas de análisis de ADN antiguo, la científica ha dado con la respuesta: queso de kéfir.